
The very purpose of existence is to reconcile the glowing opinion we hold of ourselves with the appalling things that other people think about us.
–Quentin Crisp
Martin Nesvig en su artículo parteaguas “The Complicated Terrain of Latin American Homosexuality” habla de cómo en el siglo 20 un acto se convierte en una identidad con todas las implicaciones sociales, políticas y culturales que la realidad o praxis acarrea. Hombres o mujeres que mantienen una relación sexual/erótica con un miembro de su mismo sexo se categoriza como homosexual. Lo que en el pasado solo era un acto, ahora se transforma en una identidad que marginaliza de manera invariable con implicaciones legales y políticas. Pocos en el siglo 20/21 nos quieren a los maricones o lesbianas.
Mientras que el Código Napoleónico de 1804 elimina (en escenarios específicos) las prohibiciones y penalidades del Codex Justinianus del siglo 6, que de alguna forma u otra había regido todas las leyes del Ancien Régime, en donde la sodomía se criminalizaba y se condenaba con la muerte, la Modernidad Napoleónica lo elimina en la letra de la ley, pero el periodo aun lo condena y castiga bajo una serie de mantas legales francamente vagas e hipócritas.
El Estado moderno secular elimina las derivaciones del pasado, PERO a pesar de una “modernización” mantiene la exclusión y marginalidad que refleja los tabú de una cultura judeocristiana y (ahora vemos también) musulmana. Citando a mi maravilloso maestro Sergio Elias Gutiérrez, las leyes pueden cambiar, pero eso no significa que un cambio sociocultural sea genuino.
La reciente película El Baile de los 41 (2020) que ciertamente se toma varias libertades históricas, muestra la controversia de este tema. El Estado porfirista de inicios del siglo 20 se vanagloriaba de ser moderno con un Estado de Derecho al tono con el resto del mundo. Sin embargo, la destrucción de la vida por lo menos unos 41 hombres, muestra lo contrario. No puedo decir cuántos murieron en Yucatán o San Juan de Ulua, pero solo argumento que, usando la manta de moral y buenas costumbres, el Estado fustigo y aniquilo la vida de hombres que, estrictamente hablando, no habían roto la ley. Los famosos Rurales eliminaron y quizá borraron a cientos más, pero ellos no son de los que hablo ahora.
La política tiene su propia voz y los escándalos revelan los pies de barro de la clase política. La homosexualidad está presente incluso en actores políticos actuales en México en el siglo 21. El que no salgan a defender a sus congéneres es por decisión propia, pero desde Tamaulipas a Sonora o de Puebla a Estado de México, pasando por Guerrero, queda claro que la praxis aun no llega a reconocer una identidad digna, orgullosa, valida y legal de ser LGBT.
Confieso que el filme, me partió el corazón pues vi en una producción extraordinaria, como los intereses de la política soslayan los preceptos de la ley, por lo tanto, que la Ley sigue siendo sujeta a los caprichos y prejuicios de una moralidad política en turno, que quizá no acepta la tolerancia o diversidad como parte de sus bases de legitimidad. Vi como hombres de mi tribu fueron victimas de intereses políticos, moralidad sensacionalista y peor, una moralidad que Foucault categoriza como neo-victoriana. Condicionada a raza, clase o género. La humillación y aniquilación podrán ser parte del pecado de la historia, pero eso no justifica la actualidad. La costumbre no debe justificar la destrucción o los crímenes contra la humanidad actuales.
Por otra parte, esto abre el debate a otro tema, ¿Cuál es el papel del derecho? ¿proteger el status quo? o ¿proteger al vulnerable? Llevándolo más allá, ¿cuál debe ser el papel de las instituciones como la nuestra? ¿Ser parteaguas culturales o confabuladores de marginación y exclusión/marginación cultural?
Siento que, en este trilema entre Estado, Política y la sexualidad (la cual impera en una esfera de lo privado a pesar de muchas derivaciones) debe prevalecer la cuestión de Derechos Humanos.
Cuando vemos que a mujeres son mutiladas, lapidadas o excluidas literal y metafóricamente del escenario socioeconómico o a hombres como yo, lanzados de la azotea de edificios por ser descubiertos in flagrante delicto, es cuando las instituciones, los actores y cada ser humano debe actuar y decidir si este mundo o sociedad post-pandemia debe seguir las mismas normas, leyes o prejuicios.
Cada uno de nosotros decidimos por que causa salimos a luchar o defender con el Derecho. Pues el Estado, legitimado por el Derecho es lo único que nos puede defender de la barbarie y solo un mundo multilateral, con diversidad y tolerancia de todo tipo, nos puede llevar al futuro.
Quizá ninguno de nosotros podremos verlo, pero hagámoslo por aquellos que tendrán los ojos y la inteligencia para hacerlo y cargarlo para la próxima generación.
Imagen recuperada de El Financiero