
Mundialmente, Francia es conocida por el impresionante nivel de organización que tienen sus ciudadanos para exigir sus derechos: desde protestas masivas, paros laborales y, sobre todo, afectaciones al sistema de transporte. Los franceses saben hacerse oír. Cuando llegué a este país, dentro de la universidad se me notificó que era posible no tener clases los días jueves, puesto que el edificio podría ser “tomado” por los estudiantes. Viniendo de México, eso me sorprendió, ya que en mi facultad no contamos con este tipo de manifestaciones por parte del cuerpo estudiantil. Me impacta para bien ver un movimiento juvenil tan fuerte, pero no estoy acostumbrado a presenciar tanta polémica en torno a movimientos sociales. Creo que para ti, lector, sería útil que defina los orígenes de esta protesta y explique por qué los estudiantes se manifiestan, así que comencemos.
En los últimos meses, el presidente Emmanuel Macron ha impulsado un importante plan de ajuste fiscal que busca reducir el déficit público a costa de recortes presupuestarios. El plan del gobierno contempla recortar alrededor de 44.000 millones de euros del gasto público, acompañado de medidas como la congelación de salarios en ciertos sectores, la reducción de prestaciones sociales e incluso la eliminación de algunos días festivos.
Esta austeridad pretende estabilizar las finanzas del Estado y, en teoría, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, en particular la de los jóvenes. Sin embargo, en la práctica estas medidas se traducen en un deterioro inmediato de sus condiciones de vida. El pueblo francés está enojado por el aumento del costo de la vivienda, el transporte y la alimentación. Esto es especialmente duro para un estudiante que depende de becas, trabajos de medio tiempo o del apoyo de su familia: los recortes en servicios públicos y subsidios implican un golpe directo a su economía y una vulneración de sus derechos. De ahí que muchos perciban que el gobierno está pidiendo sacrificios desproporcionados a los sectores más vulnerables, mientras que los grupos privilegiados quedan relativamente protegidos y sin consecuencias inmediatas.
En cuanto a las movilizaciones estudiantiles, estas tienen una larga tradición en Francia. Desde las protestas de Mayo del 68 hasta las huelgas contra reformas educativas en la década de 1990, los jóvenes han jugado un papel clave en la política de la calle. La razón es sencilla: la universidad pública en Francia no solo representa un espacio de formación académica, sino también un símbolo de igualdad y de acceso universal al conocimiento.
Compañeros de la facultad en la que me encuentro actualmente explican (miembros de la Union des Étudiants pour le Progrès et la République y del Syndicat Alternatif de Paris 1) que los estudiantes temen que los recortes presupuestales desemboquen en menos profesores, mayores carencias en infraestructura, reducción de becas y debilitamiento del transporte público que utilizan cotidianamente. En otras palabras, sienten que su futuro está en riesgo. No se trata únicamente de perder comodidades, sino de ver comprometida la promesa republicana de igualdad de oportunidades. Muchos se quejan de que sus posibilidades de acceder a vivienda, educación y alimentación ya han empeorado en comparación con periodos anteriores, cuando las condiciones solían ser mejores.
Las manifestaciones no pueden entenderse de forma aislada, pues forman parte de un movimiento mucho más amplio que involucra a sindicatos de transporte, trabajadores de la salud, docentes y empleados públicos. Las huelgas han paralizado el metro, los aeropuertos y hasta hospitales. En París y otras ciudades, las marchas han reunido a cientos de miles de personas, superando en ocasiones el millón de manifestantes. La respuesta del Estado ha sido dura: la policía ha realizado cientos de detenciones y se han registrado enfrentamientos violentos en varios puntos del país. Lejos de intimidar al movimiento, estas acciones han reforzado entre los jóvenes la percepción de que el gobierno no está dispuesto a escuchar y que la protesta es el único medio para hacerse oír.
Para comprender el alcance de estas movilizaciones, conviene recordar que Francia tiene una de las redes de protección social más robustas del mundo. Los ciudadanos están acostumbrados a un Estado que provee educación de calidad, salud accesible y transporte subsidiado. Cualquier intento de reducir estos beneficios se percibe como una amenaza al pacto social construido tras la Segunda Guerra Mundial. En contraste, en México la protesta estudiantil suele centrarse en demandas de acceso básico a la educación, seguridad en los campus o financiamiento limitado. En Francia, los jóvenes salen a la calle no porque carezcan de servicios, sino porque temen perder los que consideran derechos adquiridos. Como mexicano, pienso que esta diferencia cultural es clave: en Francia el estándar de bienestar es más alto y, por lo mismo, el umbral de tolerancia a los recortes es mucho más bajo. Mientras en México se busca alcanzar estos derechos, allá se lucha por no perderlos. Nosotros, los jóvenes mexicanos, podemos aprender mucho de este tipo de organización política que exige aquello que ya ha sido pactado como derecho.
Las protestas estudiantiles contra Macron no son únicamente una reacción a una serie de ajustes fiscales: representan, más bien, un choque de visiones sobre el futuro de la sociedad francesa. Mientras el gobierno insiste en la necesidad de la austeridad para estabilizar la economía, los estudiantes reclaman que el costo de esa estrategia no recaiga sobre quienes menos pueden resistirlo. En última instancia, lo que se disputa en las calles de París no es solo un presupuesto anual, sino el modelo de Estado que definirá a Francia en las próximas décadas.
Para los jóvenes, participar en estas movilizaciones es defender su derecho a una vida digna, a un futuro menos incierto y a preservar los principios de igualdad que han caracterizado a la República francesa. Esa es la razón por la cual, día tras día, las universidades se convierten en centros de resistencia y los estudiantes, en protagonistas de un debate que va mucho más allá de su país. Ojalá que en México podamos ver algún día una fuerza juvenil semejante, dispuesta a proteger con determinación aquello que se nos ha prometido como derecho.